-Checho, bien pueda pase. Esto es Calasanz—dijo la
pared de ladrillos al grafiti que se acababa de posar en ella por cualquier
joven en apuros. El muro estaba entre la carrera 82 A y la carrera 82 de Medellín. Hacía parte del complejo
residencial Calasanz.
-Esto no es Calasanz, es Alcazares—comentó la cuadra
siguiente que compartía la carrera.
-¿Quién te dijo eso?—preguntó la ochentera.
-La factura de servicios—respondió.
-De malas usted. Pues mis escrituras dicen otra cosa y
mis inquilinos también—afirmó.
-Ellos van y vienen.
Checho se encontraba en el punto que unía la calle 48
con la 48 DD, dejó los dos edificios que se imponían ante él para pasar a las
casas de dos plantas. Seguía las pisadas de la familia Cucaracha, la cual salía
de un alcantarillado. El metal de los balcones no dejaba que Checho se montara
a las casas desde arriba. Aunque sí pudo ver a una gallina negra y aplastada
que se erguía en una torre de madera perteneciente a una de las residencias de
la cuadra. Quien quisiera saber el rumbo exacto del tiempo, no podría hacerlo,
puesto que la gallina danzaba con el viento todo el día. Oriente y Occidente
eran sus pasos más comunes.
“A guardar, a guardar, los juguetes a guardar”, Checho
ya estaba en la guardería ‘Pequeños angelitos’ dirigida por un adulto amante de
las Harley’s y también por sus hijas.
Después de topó con una casa encubada por barrotes grises y tres columnas
llenas de plaquetas. Anteriormente, tres gatos la vigilaban por la noche, uno
fue atropellado, y dos se mudaron.
-¡Checho, no, en esa pared no!—el grafiti había
cruzado la calle y se chocó con un muro blanco que lindaba con la sesión
infantil del colegio Calasanz. Su llegada no dio tregua, dos minutos después,
un adulto mayor lo bañó en pintura blanca.
-¿Ves? Lo
aburriste—dijo la pared que le había dado la bienvenida.
-¿Qué? Yo no tengo la
culpa.
-Yo me quería despedir
de él.
Por: Melissa Orozco Duque
Twitter: @MelissaOrozcoD
No hay comentarios:
Publicar un comentario